sábado, 10 de octubre de 2015

EMERGENCIAS DISCURSIVAS DE LA RETÓRICA

EMERGENCIAS DISCURSIVAS


La tecnología es un signo de identidad humana, deviene del lenguaje y su constructo resuelto y materializado, pensar a la inversa implica que el ser fue concebido desde lo tecnológico y tal postura sería un signo inequívoco que hace plano la multidimensionalidad del ser humano. La cultura engendra al pragmatismo, a lo operatorio, pensar que se hace identidad cultural desde las lenguas (que imprecisamente no sé a qué ha de dominarse pluralmente “las lenguas” porque la lengua, es una sola, lo que si es plural es el habla como manifestación idiomática singular de miles de seres y procesos culturales en esa dicotomía lingüística, que no filosófica del lenguaje)  Lo cultural construye a lo tecnológico, el hombre sintió, fue sensible y sensorial antes que tecnólogo y por procesos de complejidad y estructuración múltiple se hizo social y operatorio. El que concede a la lengua sólo un carácter operatorio es como el que define al hombre como sólo carne, huesos y pellejo sin esencia cognitiva que contenga otra cosa que razón y operación. La espiritualidad también es concebida desde el lenguaje, dista mucho de consideraciones metafísicas, su dominio no es inasible y mítico, sino que hace su constructo, por así llamarlo, en una huella que va en el ADN humano y no en un libraco pomposo de hundimiento o emergencias tecnológicas. La identidad cultural deviene del quehacer milenario del hombre sobre la tierra, sería insulso reducir a la lengua como un artificio tecnológico.  La actividad tecnológica es una actividad cultural. Otorgar un rasgo de víctima o victimario a la lengua es destruir de un solo golpe la interdependencia entre la lengua, la cultura y la tecnología que no mantienen una relación de agresión sino de cooperación, de intercomunicación y coexistencia, parcelar y diseccionar estos procesos resulta una falacia discursiva poco sustancial.  El signo reiterativo de identificar víctimas y victimarios es un afán postmoderno que ahonda en desarticulaciones infundadas e inútiles que nada dejan al ser. El lenguaje es otra cosa distinta a la lengua, habría que dar otros rodeos y otra exposición para discernir sobre el tema, un código es insostenible, sino hay lengua, una tecnología inexistente, sin ser que la manifieste. Apoyarse en la filosofía para sostener aspectos lingüísticos es como apoyarse sólo en los sentidos para explicar aspectos emocionales. En esa confusión epistemológica de indistintamente denominar lengua, lenguaje, habla, idiomas, dialectos como “lenguaje” y supeditarlo o esclavizarlo a definiciones tortuosas que nada aclaran y todo lo confunden para dar sensación de profundidad, es acabar con perspectivas múltiples que no se resuelven con esclavitudes o desarrollos cercenados. La ciencia y la tecnología entre muchas otras manifestaciones humanas inciden en lo social, lo progresivo es una manifestación que per se, no amplia el bienestar del ser. La cultura dista de ser mitología, es vida contenida y compleja que teje sus relaciones en un corpus más complejo que el de la racionalidad o la intersubjetividad, constituye un dinamismo que escapa al parcelamiento, que es atemporal, dista de ser un código y sienta sus bases en la existencia y la esencia del ser, ya no como categoría filosófica o lingüística y lejos de perpetuidad, el signo característico de la cultura es ciertamente efímero, trasciende el ser y como una huella que lo sigue y se desdibuja en un eje sucesivo, se difumina hasta borrarse. La expansión no es un carácter lingüístico intrínseco, se expande lo cultural conjuntamente con su contenido tecnológico, quien vea en lo cultural represión, se queda en la fachada, en lo enunciativo y desperdicia la profundidad que le contiene.





El habla es un producto social, la sociedad es un constructo tecnológico y viceversa, en una relación de doble vía que se constituye no desde la operación sino desde el ser y su esencia. Mucho tiene que ver la cultura, la cultura permanece, no es cuestión de aparecimientos diacrónicos, sino de una sincronía que se aborda múltiple y dinámica, la ciencia coexiste, no existe ni antes, ni después, coexiste e implanta su ritmo conforme el ser existe. Y qué contiene toda esta reflexión sino el lenguaje, cualquier diatriba que lo anule, y entronice a una u otra como comarca distintiva, ahoga al ser en incisiones y ulceraciones  existencialistas, pseudofilosóficas y supersticiosamente culturales y banalmente lingüísticas.  El progreso y la felicidad no son sinónimos ni se  parecen, el mundo y su disfrute tampoco, la cultura como regresión es incubación de banalidades extremas que subordinan a círculos lo que ni de cerca se le parece. La cultura nunca será un regreso, es un devenir incierto que no tiene índices proyectivos. Abordar lo lingüístico desde lo filosófico y confundirlo con lo epistemológico por supuesto que engendra cárceles porque en esa confusa levedad inquisitiva, se torna obscuro la diafanidad del ser humano que escapa a los parcelamientos y discernimientos discursivos. El lenguaje no tiene motores porque no es una máquina, y los hablantes no dependen del lenguaje sino del habla, el habla y la ciencia van conjuntamente como manifestaciones existenciales, cárceles, casas y museos son artificios metafóricos. El lenguaje que no la lengua, es un proceso más complejo que una operación y sus matrices no están en las disciplinas ni en los campos que pomposamente la razón ha tratado de crear. El acto de vivir es un acto existencial, si se le concede vida al lenguaje o a la cultura o a la tecnología,  ha de concedérsele finitud. Lo espiritual también tendría sentido en otro contexto y otra reflexión. La definición es parte del lenguaje, que no deviene en posturas ni en marchas y contramarchas, definir es cenizar decía José Lezama Lima.

LA TESIS: SIETE PECADOS Y SIETE VIRTUDES

la tesis: Tejidos y enredos De los siete pecados  y las siete virtudes en torno a las tesis José Luis Barroeta Barazarte....